martes, 27 de julio de 2010

Las playas del norte Peruano


Hace un par de semanas regresé de un viaje que hice con mi esposa a las playas del norte del Perú. Realmente fue una experiencia maravillosa, cada vez que viajo por este país privilegiado, no termino de asombrarme de la extraordinaria belleza de nuestro Perú.

Un domingo muy temprano tomamos un avión que en poco más de 1 hora de vuelo, nos dejó en la cálida ciudad de Piura, que siendo usualmente un lugar sofocante, por ser julio estaba bastante fresco. Desde Piura, agarramos un auto alquilado y nos fuimos rumbo norte, hacia las playas.

La carretera circula en medio de un desierto curioso, pues árido no se le puede llamar, al estar lleno de tercos arbustos verdes (algarrobales), clavados en la arena hasta donde la vista puede alcanzar. Y además, el desierto en ocasiones se llena de verde al cruzar los territorios agrícolas (de caña de azúcar los más grandes), gracias a los proyectos de inversión privados que le ganan tierras de cultivo a la arena. Y claro, el oasis de Sullana, con sus palmeras y arrozales es inverosímil. En algo de 1 hora se puede llegar a Talara, pero no entramos por ahí, seguimos de largo para en poco tiempo llegar a El Alto, luego se cruza el pueblo de Los Órganos para llegar finalmente a la mítica Máncora.

El desierto de Sechura

El Máncora que recordaba
La primera vez que conocí Máncora hace unos 10 años, era un lugar muy distinto. Del pequeño pueblo de pescadores con no más de 3 hostales para los amantes de las olas y de lugares exóticos, que maravillaba al viajero desde la misma curva de entrada con su mar calmado, que respiraba paz y tranquilidad, en un ambiente de provincia, deliciosos almuerzos de pescado fresco que se pagaban con monedas, vida lenta y silencio, bañados con la brisa de su mar tibio, que atrajeron tanta gente de todo el mundo, ya no queda mucho. Hoy pasar por Máncora es como cruzar el mercado de Jesús María, lleno de tiendas, hostales de todo precio, muchos autos, muchas más mototaxis, bulla, buses... Ahora hay que tomar la ruta de tierra que conecta a Máncora con Vichayito (que pertenece al vecino distrito de Los Órganos) para encontrar algo de paz. Pero al transitar esa estrecha y polvorienta vía, no pude dejar de sentir ira porque las interminables construcciones de hoteles y "spas" ya no dejan ver la orilla del mar, que se encuentra a apenas unos metros, como si los inversionistas se hubieran apropiado de la playa, cosa que además es ilegal en el Perú (deberían de haber no sé cada qué distancia según ley, accesos libres a la playa, pero nadie parece saber de eso), obligando al viajero a hospedarse en sus negocios para poder disfrutar del mar.

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El Máncora de hoy

Habiendo aterrizado en Piura poco antes del mediodía, al llegar a Máncora ya eran como las 3 de la tarde, así que decidimos almorzar y nos fuimos al famoso restaurante llamado "Las Gemelitas". La comida no se puede decir que es mala, pero he comido ahí antes, y me queda la sensación de que o han cambiado de cocinera o quizás mis gustos han variado, pero no me fui contento, creo que esperaba mucho.

Acabado el almuerzo, seguimos rumbo norte, hacia nuestro destino. Apenas pones pie (o las llantas) fuera de Máncora y entras a Tumbes. Pasamos de largo en ingreso a Punta Sal, cruzamos Cancas y antes de llegar al peaje, llegamos a nuestro hotel, el Balihai. Eran casi las 5 de la tarde y queríamos descansar.

Balihai es un lugar bonito, al lado del mar (y de la carretera), y como llegamos antes de la quincena de julio (es decir, temporada baja), estaba vacío; teníamos el lugar para nosotros solos. La decoración al estilo Bali, con sus cabañas de madera, senderos de piedra en medio de la arena, y el mar a pocos metros, es una hermosa combinación. De noche, con sus tenues faroles amarillos, el lugar es aun mejor. La casa principal, bien construida en madera, sirve de bar y restaurante, y desde el segundo piso, la vista del mar es inmejorable. La piscina es pequeña pero suficiente para refrescarse, nadar un poco y beber algo helado con el agua a nivel del pecho, como si fuese "rico y famoso" (además ¿quién quiere una tamaño olímpico en la playa?). Nuestra cabaña, casi tocada por las olas, era acogedora, y contaba con todo lo necesario para una estadía cómoda y rústica, con la excepción de la terma, que nunca pude hacer funcionar, pero eso en el cálido norte no es vital. La orilla del mar está sembrada de piedras, más visibles con la marea baja, pero la mar es tranquila, con olas pequeñas reventando a pocos metros de mi cama. El agua de los servicios es salobre, así que es mejor llevar agua embotellada para beber y lavarse los dientes. No tengo idea cómo será este lugar en temporada alta, lleno de personas, niños ruidosos corriendo en los alrededores y chapoteando en la piscina, pero cuando estuvimos allí, sin más huéspedes que mi mujercita y yo, era el lugar perfecto. Más aun viendo la puesta sol en ese lugar mágico, apreciable desde la hamaca de nuestra cabaña e incluso, echado en la cama con vista al mar.

Nuestra cabaña
Puesta de sol en Balihai

Balihai de noche, casa principal y piscina
Así de cerca del mar dormimos

El lunes por la mañana nos fuimos a Puerto Pizarro, a conocer los manglares. Lo recomiendo, pero vayan después del mediodía con la marea alta, pues algunas mañanas la marea baja impide la navegación de los botes que llevan a los turistas a conocer la parte abierta de este santuario natural (me cuentan que la zona reservada, más al norte, en la misma frontera con Ecuador, no está disponible para turistas ni para pescadores, concheros o cangrejeros locales). El estero de aguas tranquilas e islas llenas de aves es digno de visitarse, mejor si completan la visita pasando por el zoocriadero de cocodrilos, donde podrán ver más de 250 de estos monstruos, en todos los tamaños. Luego de unas 2 ó 3 horas de paseo en bote, se puede almorzar en el mismo Puerto Pizarro, pero no esperen milagros, los locales ahí solo cumplen.

Marea baja en Puerto Pizarro

"La isla de las aves" en los manglares
Los manglares
Paseando por el estero
Botes abandonados en los manglares

Los cocodrilos de Tumbes

El martes le tocó turno al rumbo sur; primera parada: Punta Sal. En mi humilde opinión, esta pequeña y tranquila caleta debe de ser la mejor playa del Perú, al menos yo no he conocido una mejor. Con razón el ex-presidente adicto a la etiqueta azul, adoraba este lugar. El sol, la brisa, el mar calmado y tibio, la tranquilidad... Punta Sal es por lejos mi lugar favorito, al menos hasta que junte dinero y me vaya a conocer Tahití. Envidio a los que tienen una casita en este balneario, y como decía el "negro mama": algún día... No hay palabras para describir la playa de Punta Sal, una imagen es mejor.

La playa de Punta Sal, sin gente
Una panza de 7 meses tomando sol en Vichayito

Más tarde seguimos rumbo sur y pasamos de largo Máncora (pues además, ya no hay ni donde estacionar el auto para irse a la playa), y avanzamos por el camino de tierra descrito antes. Varios kilómetros más allá, ya en Vichayito, finalmente pudimos ver el mar entre los espacios vacíos que supongo con pena, pronto llenarán los futuros hoteles aun por construirse. Pudimos finalmente estacionarnos y disfrutamos un rato de la playa, que más allá de la zona conocida como "Las Pocitas", está más libre de piedras, aunque el agua no es tan cálida como en Punta Sal, pero no había nadie, lo cual era perfecto para nosotros, especialmente para mi esposa y su barriga de 7 meses.

Los Órganos es un pueblo triste, parece abandonado, viejo, olvidado. Una pena porque su playa es hermosa, y tienen un restaurante que es espectacular; el "Bambú"; si pasa por ahí, no vaya hasta Máncora, pare aquí y pida el cebiche de Merlín, o de ostiones, unas delicias. Con porciones personales que sobradamente alimentan a dos, mesas frente a mar, no hay que buscar más.

Coma bien, coma rico, pague poco...

El Alto es un pueblo extraño, con una infraestructura moderna pero vacía, parece un pueblo fantasma pero limpio, al menos las últimas gestiones municipales invirtieron el dinero de forma más inteligente que en otros pueblos del país. No hay mucho que ver, pero es punto de paso para conocer el misterioso Cabo Blanco, caleta de pescadores de casitas muy humildes, un malecón nuevo y vistoso, que parece atrapada en el pasado, pero que tiene a decenas de plataformas petroleras en su paisaje marino y platos de televisión satelital en los techos de casi todas las chozas, como para recordarle a los lugareños que la década de 1950 hace tiempo se acabó. En su playa sur, en una colina triste, aun se pueden apreciar las ruinas de lo que una vez fue el "Cabo Blanco Fishing Club", desde donde los gringos profesionales en petróleo, salían hacia alta mar a enfrascarse en titánicas batallas con merlines gigantes, y cobraban $10,000 por la membresía (eso en la actualidad equivaldría a no menos de $80,000) y en donde, todos los lugareños dicen, Ernest Hemingway encontró la inspiración para su extraordinaria novela "El viejo y el mar". La verdad es que Hemingway sí estuvo aquí, además de otras figuras de Hollywood de los años 50, como el mismísimo John Wayne, pero Hemingway ya había escrito la novela mencionada y estuvo en Cabo Blanco para pescar y para grabar escenas de la película basada en ese libro. Cabo Blanco aun guarda el récord mundial en pesca del Merlin Negro al cordel, establecido por un tal Alfred Glassel Jr. (uno de los fundadores del club) en 1953, al atrapar un monstruo de casi 710 kilogramos de peso y 4.4 metros de largo. Alguien debería de tomar ese histórico lugar y restaurarlo, y quizás hacer de él un hotel nuevo, yo me hospedaría allí, pues desde esa colina la vista de la playa es magnífica, si pasamos por alto las plataformas petroleras en el mar, y el oleoducto frente a la playa.

Cabo blanco desde lo alto


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El Fishing Club abandonado

Luego de estos pocos días fantásticos, regresar a Lima, a su tráfico insoportable, su velocidad, ruido y caos, es casi la locura. Pero extrañábamos mucho a nuestra hija, así que en el fondo, el hogar es uno solo, ¿verdad? El plan es juntar dinero, comprar una casa en Punta Sal y llamar a ese paraíso "hogar", ¿no sería genial?